Los seres humanos estamos diseñados para ser felices, por instinto el ser humano huye de todo lo que cause dolor y sufrimiento. La medicina moderna dispone de avanzados medios para prolongar la vida de las personas, incluso en situación de grave deterioro físico; pero también se dan casos en los que se producen agonías interminables, que únicamente prolongan y aumentan la degradación de la persona. En estos casos, la legislación debería permitir que una persona decidiera, voluntaria y libremente, ser ayudada a morir. Ésta sería una muerte digna, porque sería la expresión final de una vida digna.
Pero el derecho a morir dignamente se ve truncado por la fe y las creencias impuestas por la religión, que a lo largo de los años no han hecho más que entorpecer los procesos y los avances de la ciencia. La aceptación social de la eutanasia depende de la separación entre creencias y realidades y responde a un verdadero sentimiento de compasión hacia el que sufre y no tiene remedio.
Una muerte lenta y dolorosa, un cuerpo degradándose con el paso de las horas son mucho más inhumanos que una muerte dulce y rápida. Todos tenemos derecho a morir dignamente, el suicida, el anciano que, ya no quieren vivir por diferentes motivos físicos o mentales, porque para ellos la vida que llevan no es digna. Una vida digna no significa solamente respira, la vida deja de ser digna cuando alguien tiene una enfermedad degenerativa incurable, cuando ya no se ve ningún sentido por ésta o hay intenso dolor y científicamente no se va a salvar, esas personas pueden determinar que la vida ha dejado de ser digna y pedir morir de una manera digna.
Melissa Puerta
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